Padecemos la peor generación de jóvenes de la historia. Y es
algo objetivo: año tras año, la humanidad es cada vez más tonta.
Uno de los indicativos más claros de que esto es así lo encontramos en las luchas sociales actuales, absolutamente degeneradas. Gracias al amplificador de las redes sociales, hoy en día cualquier patán puede ser activista. Con el marketing adecuado, hasta el niñato ignorante que escribe haber si te informas puede ser una estrella. ¿Qué digo puede? ¡Suele! Abundan, por desgracia. Porque ya no importan tus conocimientos, ahora lo que cotiza es estar (creerte) oprimido: si eres negro, automáticamente te conviertes en doctor en racismo; mujer, en feminismo; gay, en homofobia; y ya si eres mujer trans negra gay, ¡pues eres una especie de superdiós!... y como tal, con tu título procedente de la escuela de la vida, puedes educar a tu entorno. Aunque no sepas nada.
Tenemos a niños que se quejan de que sus profes les mandan muchos deberes mientras le dedican 8 horas del día a Netflix, niños que no conciben que un libro pueda ser un entretenimiento, actuando como maestros. O, más bien, pastores de su rebaño, influencers cuya palabra y análisis es ley, aunque no tenga puto sentido. ¿Sus avales? Likes y followers. Se creen oprimidos porque pertenecen a grupos históricamente perseguidos pero... ¿lo están realmente hoy en día? Sé que la verdad poco les importa, pero allá va una reflexión: sin sus seguidores ni sus “me gusta”, no serían nada, y eso se lo deben a sus condiciones (mujer, trans, gay, negro). Si estos tipos fueran varones blancos cishetero, no tendrían nada. Qué opresión más rara. Y no digo que no haya que combatir las injusticias. Homofobia, racismo, sexismo... son males que existen y existirán mientras haya personas (eso sí, en algunas sociedades más que en otras), porque la diversidad tiene ese defecto insalvable. Pero no nos confundamos: aceptarnos no es idolatrarnos. Una mujer no es mejor que un hombre, al igual que a la inversa tampoco. Una mujer experta en mates es mejor que un hombre (o mujer) que no lo es, en lo que respecta a ese campo del conocimiento; y si el que es mejor es el hombre, pues al revés.
Tenemos a niños que se quejan de que sus profes les mandan muchos deberes mientras le dedican 8 horas del día a Netflix, niños que no conciben que un libro pueda ser un entretenimiento, actuando como maestros. O, más bien, pastores de su rebaño, influencers cuya palabra y análisis es ley, aunque no tenga puto sentido. ¿Sus avales? Likes y followers. Se creen oprimidos porque pertenecen a grupos históricamente perseguidos pero... ¿lo están realmente hoy en día? Sé que la verdad poco les importa, pero allá va una reflexión: sin sus seguidores ni sus “me gusta”, no serían nada, y eso se lo deben a sus condiciones (mujer, trans, gay, negro). Si estos tipos fueran varones blancos cishetero, no tendrían nada. Qué opresión más rara. Y no digo que no haya que combatir las injusticias. Homofobia, racismo, sexismo... son males que existen y existirán mientras haya personas (eso sí, en algunas sociedades más que en otras), porque la diversidad tiene ese defecto insalvable. Pero no nos confundamos: aceptarnos no es idolatrarnos. Una mujer no es mejor que un hombre, al igual que a la inversa tampoco. Una mujer experta en mates es mejor que un hombre (o mujer) que no lo es, en lo que respecta a ese campo del conocimiento; y si el que es mejor es el hombre, pues al revés.
Es inviable que toda una generación esté tan moralmente afectada. La sociedad se va a la mierda y, como siempre que esto pasa, a alguien beneficiará. Pensemos al respecto.
Sé que es tabú. Como persona que siempre se ha considerado más cercana a la izquierda, que ha creído en repartir recursos, en mérito antes que herencia, en igualdad, en defensa de los animales, alguien que colabora en varias ONGs (una consideración, ¿cuántos de los luchadores sociales emplean su dinero en causas? Es verdad que la mayoría no trabajan pero, hasta donde sé, tomarse unas cañas sí se toman. ¿No?) y que, en general, siempre ha condenado las corruptelas de la infame derecha, me resulta a veces duro de admitir. Pero es lo que hay: la izquierda actual es una enfermedad social. Si antes teníamos a los fachas rancios votando en masa a los partidos corruptos de siempre (porque más vale lo malo conocido, supongo), ahora tenemos a una horda de niñatos con ínfulas de justicieros votando en masa a la izquierda, una izquierda que susurra a su rebaño que son especiales y mejores porque son gays, mujeres o negros, y es lo único que satisface a esta generación, el ego. Otra prueba de que son muy tontos: el sabio mejora, el necio retoza en sí mismo. La izquierda ha conseguido inteligentemente manipular a una sociedad estúpida para controlarla y quitarle derechos, y esto me apena. Al final, tampoco ellos querían el bien común, solo el suyo.
En lo que a mí respecta, la izquierda y sus luchadores sociales han pisoteado el verdadero y más sagrado valor que deberían proteger: la igualdad. Lo deseable sería que fuéramos todos tratados y sentidos como iguales, en principio, sin que ninguna condición de color, orientación o sexo importara. Lejos de eso, estamos tendiendo a polarizarnos más aún. Ahora ser minoría es lo bueno, y el resto debe disculparse por delitos que no ha cometido. Excepto existir.
Ya para terminar, me dirijo a los guerreros de la moral: no, un blanco no tiene que pedir perdón por ser blanco, ni un hetero, ni un hombre. Que haya un crimen racista no nos beneficia a los blancos, no sacamos ningún partido. ¡Al contrario! La inmensa mayoría de gente con dos dedos de frente lo condenamos y repudiamos. No somos culpables de nada, y no voy a arrodillarme para satisfacer vuestro ego. Luchadores sociales, sois ovejas, sois rebaño. No merecéis la pena. Y espero que os deis la hostia a tiempo, antes de que lo arruinéis todo.
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